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Por @CarmenWeasley14


Es muy extraño escribirle estas palabras, especialmente después de que han pasado tantos años. A decir verdad, ni siquiera estoy segura de cómo debería referirme a usted, pues a pesar de que hace tanto tiempo que dejó de darme clases, no me atrevería ni en un millón de años a tutearlo. Es tanta la admiración que siento que no referirme a usted de esta manera no me parecería correcto.

Sé que en estos días recibir una carta no es muy usual, mucho menos una de una exalumna de la que probablemente ya no se acuerde. Pero yo jamás podría olvidarme de usted, y aunque una carta sea poco convencional, no se me ocurre mejor manera de hacerle saber todo lo que sus enseñanzas significaron (y siguen significando) para mí.

El tema es que dentro de poco me gradúo, y tras reflexionar acerca del camino que me llevó hasta donde estoy en este momento, me di cuenta de que usted es una pieza fundamental en él, y que sin todo lo que me enseñó –sin temor a estar exagerando– tal vez hoy, la historia de mi vida no sería la misma.

En primer lugar, tengo que decirle que me hizo sufrir, aunque seguramente eso ya lo sabe. Desde antes de que le diera clases a mi grupo, ya todos lo conocíamos por lo que el resto de nuestros compañeros decían, y todos estábamos aterrados de la sola idea de tenerlo frente al grupo. Sin embargo, una vez que de verdad lo tuvimos frente a nosotros, nos dimos cuenta de que no era tan malo, era mucho peor.

No solamente fue el maestro que me dejó tanto trabajo como para volverme loca, también fue el que casi me reprueba, y el que hizo que me ganara mi calificación con esfuerzo, sudor y lágrimas. Eso mismo fue lo que hizo que al principio no me agradara en absoluto, pero ahora que veo las cosas en retrospectiva, me doy cuenta de esos detalles fueron los que hicieron que aprendiera tanto dentro de su clase. Y cuando digo aprender no me refiero solamente a la asignatura que daba en aquel entonces: gracias a usted supe como ser disciplinada en mis tareas, que los trabajos se entregan a tiempo, que no llegar temprano a clases tiene sus consecuencias, que en esta vida no basta dar solamente el mínimo indispensable, y que una calificación no determina tus conocimientos.

En segundo lugar, quiero aprovechar estas palabras para agradecerle todo lo que hizo por mí, tanto dentro, como fuera del aula. En alguna ocasión usted me comentó –y no sin cierto disgusto– que era mi maestro, y no mi amigo; por lo que por mucho tiempo no me atreví a hablar con usted de absolutamente nada que no tuviera que ver con la materia, pero después comprendí el verdadero significado de sus palabras. Es cierto que usted jamás podría ser mi amigo, y por ello se convirtió en mucho más que eso, se volvió mi mentor: esa persona en la que aprendí a confiar plenamente, la que tenía el consejo perfecto ante cualquier problema y circunstancia, y la que, con sus clases, su ejemplo y su pasión por la enseñanza, me ayudó a volverme una mejor persona.

A pesar de todo el sufrimiento y las horas de desvelo de por medio, sus clases eran el mejor momento del día, y yo no era la única que lo creía. Bastaba con ver el interés generalizado de todos y cada uno de sus alumnos para saber que todo el mundo adoraba verlo dar la materia, pues sabía como hacer menos tediosos los temas complicados y como volver la clase cien veces más interesante. Eso no quitaba que sus exámenes fueran los más difíciles de todo el semestre, ni que pasar el parcial con seis hiciera que me sintiera agradecida con la vida.

En tercer lugar, me gustaría hacerle saber que usted es una de las razones por las que escogí mi carrera. La emoción con la que daba sus clases y la forma tan asombrosa con la que explicaba todos y cada uno de los temas me contagió del amor que tenía por la materia y años más tarde me ayudó a definir mi vocación. Cómo se imaginará, lo que hizo por mí es tan grande, que un simple agradecimiento no bastaría; de no ser por usted tal vez hoy seguiría deambulando por la vida en busca de aquello que de verdad me hace feliz.

Finalmente, me gustaría agradecerle por su paciencia, su esfuerzo y su dedicación. Sé que nosotros como estudiantes no siempre le hacemos más sencillo su trabajo, que hay ocasiones en las que preferiría no tener que levantarse temprano todos los días para repetir el mismo tema cinco veces, a sabiendas de que siempre habrá alguien que le pida que lo vuelva a repetir; que hay veces que entra al aula con un resfriado, con dolor de cabeza o con alguna otra dolencia, y que aunque preferiría quedarse dormido en su casa todo el día, no quiere dar un tema por visto, porque sabe que una vez concluido el ciclo escolar, será un tema fundamental en otros semestres. Los sacrificios que usted ha hecho por nosotros son más de los que podríamos contar, y nosotros poco sabemos de ellos. Por eso en este espacio quiero que sepa que esos pequeños detalles no pasan desapercibidos, que sabemos que la docencia es una de las vocaciones más exigentes que existen en este mundo, y que fue un privilegio que nuestro futuro haya estado en sus manos.

No estoy seguro si nuestros caminos volverán a cruzarse algún día, de verdad espero que sí; pero como en este mundo todo es absolutamente impredecible (eso también lo aprendí de usted) no me queda más que volver a darle las gracias, desearle mucha suerte en su vida y asegurarle que haber compartido el aula con usted me convirtió en una de las personas más afortunadas del universo.

Por favor nunca deje de inspirar a sus estudiantes con la increíble pasión que tiene.

Atte: Una alumna lasallista.

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